Iguazú: Patrimonio de la Humanidad

lunes, 18 de noviembre de 2013

Desde la Puerta de mi tienda de campaña: Análisis libre de un texto de Renato Rosaldo


Desde la puerta de la tienda de campaña: El investigador de campo y el inquisidor. Renato Rosaldo
Pese a que un antropólogo siempre querrá hacer una trabajo de campo aséptico, fiel a la realidad vivida por los nativos del entorno, rural o urbano, que haya elegido. Aún siendo lo más respetuoso posible con su cultura, ciñéndose a ser un mero observador participante o desde su atalaya y aniquile todos los deseos por “educar” en su cultura etic – supuestamente para los profanos en este mundo más desarrollada que la autóctona -. Pese a todo ello, me temo, siempre quedarán huellas, más o menos profundas de su estancia en el lugar (Cuando, tras el deshielo, Amudssen pudo partir y dejó a los esquimales con los que había convivido, éstos le seguieron en sus kayacs a modo de despedida, gritando palabras que habían aprendido en su lengua). Y debe ser de capital importancia que la labor se realice de manera bien distinta a la de los primeros conquistadores y evangelizadores, no ya por el riesgo a ser, no el invitado de honor a la cena, sino el plato central de la misma, como le ocurrió a Cook, por ejemplo. Lo importante es “CONOCER” las diferentes culturas, sus entresijos y las motivaciones/disputas/conflictos que llevaron a la realidad actual desde la noche de los tiempos. Con la bandera de la convicción de que ninguna de aquéllas debe prevalecer sobre las demás ni creer en la existencia de un “ranking”, a modo de clasificación en le Tour de Francia.
En la presente lectura, Rosaldo analiza algunos errores de bulto que se pueden cometer en etnografía, tanto desde la óptica de la observación participante de Evans-Pritchard con los Nuer del Sudán, como en la investigación historiográfica -narración desde fuera- revestida o “disfrazada” de estudio de campo, que E. Le Roy Ladurie hizo sobre los Montaillon franceses, del siglo XIV, basándose en los relatos sobre confesiones sumariales, recopilados por un inquisidor de la época.
Vencida la inicial reticencia de los “otros” y ya aceptado, el etnógrafo siente el deseo interior de justificar su presencia en el campo o el tiempo en el sofá (Uso la distinción entre antropólogos de campo y de sofá, de los tiempos de la asignatura de Etnología porque creo puede servir), leyendo documentos y fuentes bibliográficas, ante los demás. Es en éstas, quizás, cuando se inviste de un halo de autoridad que le da su docencia en la materia y, si es poco, la pertenencia la primer mundo, padre del “Indirect Rule” o la “Asimilación” (La soledad, no del corredor de fondo, sino del “Antropólogo Inocente”). Esta arma, la autoridad, es a mi juicio de doble filo, puesto que intimida, motiva o seduce a los nativos y dota de impronta al autor del estudio ante los humanos de su mundo. Bueno, también es cierto que pueden cambiarse las tornas y, como a L. Bohannan, que ilustren a la “ilustrada” vestida de coronel Tapioca, sobre las verdades de la vida.
Nuevos conflictos, que mal gestionados lleva a errores, nacen por la necesidad humana de minimizar tiempo y maximizar los recursos escasos. Y así nos amparamos en un “sentido de continuidad” espacio tempo, que lleva a homogeneizarlo todo. Como si, en un silogismo determinista, la Historia solo pudiera haber sido la que fue y los Montalliu del siglo XIV resultasen un eslabón de la cadena herméticamente inalterable que desde une a los antiguos galos con los franceses actuales de manera inyectiva, única y posible. O como si las “transparencias africanas” de Evans sobre los Nuer fuesen esquemas desmontables y adaptables a distintos entornos y cabría hablar de transparencias asiáticas, sudamericanas, etc. Todo un reduccionismo que busca paralelismos exactos donde solo hay maneras similares de afrontar las condiciones de vida locales. Universales donde no los hay o instituciones, como la familia, que se presentan como inalterables y cuando mutan se des-califican como si fueran errores o alteraciones genéticas.
Lecciones aprendidas en la “niñez” antropológica, del que escribe, con relatos como “Porcofilia y porcofobia” de M. Harris, “La profanación secular” de M. Douglas,“La capacidad mental del negro” de V. Beato y R. Villarino, “Problema de la definición y comparación de la conducta entre culturas diferentes” de J. Dragus (Textos etnográficos recogidos en “Temas de Etnología Regional” de N. Fernández Moreno. Ed UNED, Addenda de la asignatura del mismo nombre), sirven para abrir los ojos ante las celadas que la falta de tiempo, motivación, rigor o formación, el trabajo de campo y la investigación etnográfica pueden tender al antropólogo más avispado.
Por fortuna todo cambia, nada permanece inalterado y por ello, igual que Lucy es o no la abuela de la humanidad, según los huesos que se encuentren, de igual forma, digo, un estudio sobre los “chicos del barrio” de Spencer o sobre la exclusión de los afroamericanos de Ogbu, buenos o malos, nunca son eternos. Pero pese a ello, siempre serán válidos como materia prima del conocimiento etnográfico.
Para finalizar, citar unas consideraciones de Clifford Geertz en las que destacaba como elementos claves de la convulsión que las Ciencias Sociales sufrían en la actualidad, por un lado al reconocimiento del “fracaso” del enfoque tradicional, basado en leyes y causas, predicción o control y por el otro al llamado por él, desprovinciamiento intelectual.
En la foto, el antropólogo Evans Pritchard haciendo "trabajo de campo"
 


Heriberto Gutiérrez García.

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