Desde
la puerta de la tienda de campaña: El investigador de campo y el
inquisidor. Renato Rosaldo
Pese
a que un antropólogo siempre querrá hacer una trabajo de campo
aséptico, fiel a la realidad vivida por los nativos del entorno,
rural o urbano, que haya elegido. Aún siendo lo más respetuoso
posible con su cultura, ciñéndose a ser un mero observador
participante o desde su atalaya y aniquile todos los deseos por
“educar” en su cultura etic – supuestamente para los profanos
en este mundo más desarrollada que la autóctona -. Pese a todo
ello, me temo, siempre quedarán huellas, más o menos profundas de
su estancia en el lugar (Cuando,
tras el deshielo, Amudssen pudo partir y dejó a los esquimales con
los que había convivido, éstos le seguieron en sus kayacs a modo de
despedida, gritando palabras que habían aprendido en su lengua).
Y debe ser de capital importancia que la labor se realice de manera
bien distinta a la de los primeros conquistadores y evangelizadores,
no ya por el riesgo a ser, no el invitado de honor a la cena, sino el
plato central de la misma, como le ocurrió a Cook, por ejemplo. Lo
importante es “CONOCER” las diferentes culturas, sus entresijos y
las motivaciones/disputas/conflictos que llevaron a la realidad
actual desde la noche de los tiempos. Con la bandera de la convicción
de que ninguna de aquéllas debe prevalecer sobre las demás ni creer
en la existencia de un “ranking”, a modo de clasificación en le
Tour de Francia.
En
la presente lectura, Rosaldo analiza algunos errores de bulto que se
pueden cometer en etnografía, tanto desde la óptica de la
observación participante de Evans-Pritchard con los Nuer
del Sudán,
como en la investigación historiográfica -narración desde fuera-
revestida o “disfrazada” de estudio de campo, que E. Le Roy
Ladurie hizo sobre los Montaillon
franceses,
del siglo XIV, basándose en los relatos sobre confesiones
sumariales, recopilados por un inquisidor de la época.
Vencida
la inicial reticencia de los “otros” y ya aceptado, el etnógrafo
siente el deseo interior de justificar su presencia en el campo o el
tiempo en el sofá (Uso
la distinción entre antropólogos de campo y de sofá, de los
tiempos de la asignatura de Etnología porque creo puede servir),
leyendo documentos y fuentes bibliográficas, ante los demás. Es en
éstas, quizás, cuando se inviste de un halo de autoridad que le da
su docencia en la materia y, si es poco, la pertenencia la primer
mundo, padre del “Indirect
Rule”
o la “Asimilación”
(La
soledad, no del corredor de fondo, sino del “Antropólogo
Inocente”).
Esta arma, la autoridad, es a mi juicio de doble filo, puesto que
intimida, motiva o seduce a los nativos y dota de impronta al autor
del estudio ante los humanos de su mundo. Bueno, también es cierto
que pueden cambiarse las tornas y, como a L. Bohannan, que ilustren a
la “ilustrada”
vestida de coronel Tapioca, sobre las verdades de la vida.
Nuevos
conflictos, que mal gestionados lleva a errores, nacen por la
necesidad humana de minimizar tiempo y maximizar los recursos
escasos. Y así nos amparamos en un “sentido
de
continuidad”
espacio tempo, que lleva a homogeneizarlo todo. Como si, en un
silogismo determinista, la Historia solo pudiera haber sido la que
fue y los Montalliu
del siglo XIV resultasen un eslabón de la cadena herméticamente
inalterable que desde une a los antiguos galos con los franceses
actuales de manera inyectiva, única y posible. O como si las
“transparencias
africanas”
de Evans sobre los Nuer fuesen esquemas desmontables y adaptables a
distintos entornos y cabría hablar de transparencias asiáticas,
sudamericanas, etc. Todo un reduccionismo que busca paralelismos
exactos donde solo hay maneras similares de afrontar las condiciones
de vida locales. Universales donde no los hay o instituciones, como
la familia, que se presentan como inalterables y cuando mutan se
des-califican como si fueran errores o alteraciones genéticas.
Lecciones
aprendidas en la “niñez” antropológica, del que escribe, con
relatos como “Porcofilia
y porcofobia” de
M. Harris, “La
profanación secular” de
M. Douglas,“La
capacidad mental del negro”
de V. Beato y R. Villarino, “Problema
de la definición y comparación de la conducta entre culturas
diferentes”
de J. Dragus (Textos
etnográficos recogidos en “Temas de Etnología Regional” de N.
Fernández Moreno. Ed UNED, Addenda de la asignatura del mismo
nombre),
sirven para abrir los ojos ante las celadas que la falta de tiempo,
motivación, rigor o formación, el trabajo de campo y la
investigación etnográfica pueden tender al antropólogo más
avispado.
Por fortuna
todo cambia, nada permanece inalterado y por ello, igual que Lucy es
o no la abuela de la humanidad, según los huesos que se encuentren,
de igual forma, digo, un estudio sobre los “chicos del barrio”
de Spencer o sobre la exclusión de los afroamericanos de Ogbu,
buenos o malos, nunca son eternos. Pero pese a ello, siempre serán
válidos como materia prima del conocimiento etnográfico.
Para
finalizar, citar unas consideraciones de Clifford Geertz en las que
destacaba como elementos claves de la convulsión que las Ciencias
Sociales sufrían en la actualidad, por un lado al reconocimiento del
“fracaso” del enfoque tradicional, basado en leyes y
causas, predicción o control y por el otro al llamado por él,
desprovinciamiento intelectual.
En la foto, el antropólogo Evans Pritchard haciendo "trabajo de campo" |
Heriberto
Gutiérrez García.
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