Una trifulca sin par y batalla desigual contra el feroz y voraz Sistema Neocon que nos ahoga

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LA NECESIDAD DEL DEFINITIVO SALTO ADELANTE
Queramos o no, Asturias y Cataluña comparten dos ritmos de vida
similares, para lo bueno y lo malo. No hace falta más que revisar la
Historia reciente, y no tanto, de ambos territorios, que para unos
son Comunidades Autonómicas y para otros naciones con identidad,
cultura y raíces propias. Pero alejándonos de extremismos
idealistas o nacionalistas, nos encontramos con dos modelos de
crecimiento que con el tiempo se vieron insostenibles y
desequilibrados basados ambos en un solo sector. La minería en
Asturies y el textil en Catalonia, sirvieron de base, sostén y
cimientos para la recreación de vida económica en dos de los nodos
de crecimiento más importantes de aquéllos tan amados e idolatrados
por la autarquía franquista. Pero, pese al paralelismo, y para
nuestra desgracia, los inicios, como se verá luego, no fueron tan
similares. No obstante, quizás por ese principio de intervención
nacional de la dictadura, la conclusión fue solidaria para ambos
entornos y barrunto que para el resto del país.
Mucho antes de la era de los pantanos, a finales del siglo XIX,
mientras que en tierras del “Consejo de ciento” y sus alrededores
había una burguesía, la catalana, que ponía pasta y estaba
motivada para crecer dentro de Europa, en nuestra tierra verde y
negra se empezaba a extraer carbón con capital foráneo, situación
que impedía que los ritmos de crecimiento fueran ciertamente
estables porque las plusvalías no echaban raíces en el mismo lecho
dónde nacían sino que huían a ultramar. Aquí quedaban sueldos
ralos, hambre por arrobas y pobreza en exceso. Así mientras que
Catañuña recreaba una forma de crecer propia, a todas luces
exitosa, por entonces, Asturias era esquilmada en su alma y cuerpo,
al mismo ritmo que las paladas de carbón salían de sus entrañas
por las muchas bocaminas que la desangraban. Pero, al fin y a la
postre, este modo y uso de vida, aunque mezquino y generador de una
deuda intergeneracional difícil de saldar, se convierte en propio
como la sangre que corre por nuestras venas y tan reivindicable como
el catalán para su tierra. Así, con el paso del tiempo, esos
sistemas productivos autóctonos se tatúan en nuestra piel y Astures
y Catalanes, poco a poco, sin prisa pero también sin pausa, nos
empezamos a mirar hacia el ombligo no solo por orgullo si no porque,
en el fondo y tristemente, teníamos miedo a lo que venía de fuera,
terror atávico trasmutado en odio a lo que opinaban de nosotros en
tierras donde se recrearon modos productivos distintos al de nuestras
“aldeas galas” o en otros en los que, si originariamente habían
sido similares, se modularon tiempo ha por lo que en Europa se estaba
respirando. Nuevos aires de cambio, que para Asturias significaron
vientos de destrucción de empresas, empleos y de futuro. Fuego
lento que quemó las esperanzas, agua que no sació la sed, sino que
ahogó. Y así, cuando Terry Ronald cantaba para “Calmar la Ira”,
en los ochenta, nos íbamos a la mierda. Sin que nadie hiciera nada
por evitarlo. “Azúcar amargo”, ángel y diablo que cantaba la
atractiva mexicana Fey por la misma época que nos envenenaba a
todos.
Consecutivos gobiernos de políticos malos y presuntamente
corruptos, hacen de los ciudadanos que los votamos víctimas
propiciatorias del desánimo, descrédito y pérdida de valores
sociales, económicos y humanos. Cuando se plasmó evidente que el
futuro del “futuro autóctono” ya no era posible, porque la U.E.
y sus Instituciones, casi inquisiciones, así lo certificaban, los
líderes de pies de barro antes mentados se parapetaron tras las
barricadas de su codicia, sin mirar hacia su derredor, haciendo
apología del egoísmo, más allá de lo que nunca pensaron; porque
si su poltrona peligraba lo siguiente podía suponer dar con sus
huesos en la trena. Algo, esto de la trena, que para todos ellos era
peor que ser paseado con orejeras a lo largo de la vía pública,
como reos de la Inquisición. Precisamente porque ellos había sido
esa mismo inquisición y ejercido como tal contra quienes no bailaban
su balada macabra y pisaban los cráneos de sus congéneres por
doquier. ¿Quién se podía mover si quería salir en la foto…?
Toda esa dinámica yerma de sentido, aquella dialéctica del terror
fue el estigma que impidió que los pocos buenos que había, acá y
acullá, plantaran cara a los sinvergüenzas que durante años
flotaron como la mierda sobre aguas tranquilas. Hoy, después de
reconversiones, “macagunmimanto” varios, procesos y “Procés”,
con la cola del ciento cincuenta y cinco, soterramientos
interminables, hospitales que se derrumban, políticos presos – que
no presos políticos - que salen del talego tras rogar un digo donde
primero gritaron Diego versión naíf, no tan esperpéntica, como la
de los que optaron por poner pies en la polvorosa Bruselas. Después
de todo eso y más que me callo, nos encontramos navegando en un
proceloso mar de dialécticas neocon, en un carcomido cascarón de
nuez, sin velas ni un mísero motor que nos acerque a la costa. Todo
porque desde la generación de los abuelos hemos tragado con roscas
de molino y jamás se ha intentado buscar un modelo de desarrollo
sostenible. El cuadro de Asturias y nuestras cuencas se dibuja
dantesco, como propio de los blaquinegros de Goya, igualmente
tenebroso y se pinta con una pasta que mezcla altas tasas de paro,
terrenos desindustrializados, en su mayor parte infectos de
alcaloides, lodos químicos casi hasta en el aire y un ambiente
irrespirable, en lo físico y lo social. Así que los jóvenes,
formados o no, tienen que emigrar como sus abuelos. Lo mismo que en
Cataluña y todo porque, en parte, gracias a nuestros políticos la
zozobra se ha hecho moneda de cambio en un marco donde los valores
sociales, la solidaridad y el respeto ya no existen y donde el
“tanto tienes tanto vales” se canta desde el amanecer hasta el
final de la noche de los tiempos. Y dios te libre de que ni tengas ni
valgas, porque si es así, estás...
Y no es que se pida una nueva revolución de Ochobre del 34, por
cierto también obrada en Cataluña, pero si que se debe exigir un
cambio de ritmo que acelere el paso para no meter la pata en el foso
y caer rompiéndonos la crisma, otra vez más.
Heri Gutiérrez García
martes, 12 de diciembre de 2017
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