Dicen
que suelo escribir habitualmente con cierta tristeza y desazón,
incluso alguna vez con sorna, o quizás resquemor debido a los
tiempos que vivimos y degustamos, pero a mi juicio todo es pasajero,
al menos es esa mi esperanza. Así, el deseo de que el mucho mal que
pocos nos hacen al resto desaparezca, pronto, reina en la esencia que
dicta, a hachazos y vuelapluma, las columnas que firmo. Pero, a
veces, ese desazón es mucho mayor, profundo, siniestro y se hace
insoportable porque la fragilidad del Ser Humano queda patente y se
muestran descubiertas, en bolas y a flor de piel, nuestra futilidad,
por un lado y las incapacidades, que son muchas, por los demás costados.
Siempre
que ocurre una desgracia, como la de la pasada noche del miércoles,
se nos enturbian las migrañas, humedecen las cuencas de los ojos y
queda patente lo débiles que los humanos somos. Como si la coraza
dorada que nos recubre, a unos más que a otros, se rompiera en mil y
un pedazos. Y paradójicamente es, en ésas, cuándo la solidaridad
se desborda y todos hacemos causa común del pesar y del mal trago
que retorna a la boca de quienes han tenido la desdicha de beber de
ese cántaro tan amargo. Ni los triunfos de “la roja” nos unen
tanto. Quizás no sea tarde y haya sitio para la esperanza, aún.
Es
cuándo sientes que el vacío habitual se hace mas abisal, las
palabras no te salen de la glotis ni los dedos teclean frases
coherentes más allá de sangrar unos balbuceos entrecortados y
renglones sin sentido pero con sentimiento. Y, a los sumo, solo nos
queda dar un abrazo de hermanamiento a las familias de los fallecidos
y heridos, amén de deseos de pronta recuperación para éstos. Es lo
único a que aferrarse, porque Santiago ya nunca será lo mismo. Y
por más que siete días de luto puedan parecer algo, monta lo mismo
que una gota de agua en el desierto para los que están sufriendo.
Por eso y aunque deberá llegar el momento en que deban depurar
responsabilidades, para que no vuelva a pasar nada similar - aunque
sea poco consuelo para las víctimas y sus familias - por ello, digo,
vayan esta sinceras líneas desde este cuaderno de bitácora que
suscribo, que siempre quiere estar, mientras me dejen, dispuesto al
lado de los que sufren.
Unos
rezan al apóstol buscando consuelo en la mística. Otros, más
alejados de las pseudoverdades religiosas solo creíbles a la luz de
sus dogmas de Fe, como yo, pero también dentro de un similar
misticismo macerado desde la noche de los tiempos, buscamos
respuestas que no existen en la razón. Por que nadie tiene
respuestas y cuando aparezcan seguirán sin servir de consuelo a
nadie.
Solo
me queda expresar más sentido pésame a los familiares de los
fallecidos y deseos de recuperación a los heridos. Desde el respeto
a su anonimato y parido de lo más profundo de mi corazón y aunque
nadie lo lea nunca.
Heri Gutiérrez Garcia
Heri Gutiérrez Garcia
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Sobran las palabras... Cuando el dolor abrma |