Hoy,
cuando me dirigía al curro, bajando la minera camino de Gijón, se
emitía el boletín de noticias en alguna de las cadenas de radio
que, sin prestarles atención, te hacen el viaje más llevadero. Pero
como el dato observado era tan peliagudo, reaccionas, vuelves a la
consciencia social y tienes que apretar el volante con ambas manos
para no soltar una retahíla de vocablos malsonantes.
El
locutor, a la par que informaba de la hora, ocho de la mañana,
indicaba que más del 34 % de los trabajadores españoles ganan menos
del salario mínimo interprofesional – unos siete mil quinientos
euros al año -. Un millón más que en 2008 según datos oficiales,
que no de una ONG o asociación civil solidaria. Y lo triste es que
todavía hay sinvergüenzas que niegan la mayor; reaccionarios de
mierda que se olvidan que hay todo un mundo debajo de la torre de
marfil en la que habitan. Que existe el cieno de la sociedad en el
que son enterradas en vida muchas familias sin que se lo merezcan,
por el macabro juego del reparto injusto.
Y
no olvidemos que desde ese S.M.I. hasta el mileurismo hay otro bocado
de compatriotas que sirven de tentempié para las fauces del dragón
que ni se sacia cuando en el festín se integran todos los que no
tienen salario o viven de las ayudas sociales. ¡Ah, no perdón, que
según los mismos reaccionarios estos son una caterva de vagos que
viven del sudor de los afines al sistema.!
Y
entre “pinchu y pinchu” que Belcebú se lleva a la boca, la
diarrea dialéctica se trastorna y corrompe; así se enseña que no
podemos olvidarnos de todos esos inmigrantes que vienen a robarnos el
trabajo o de las etnias que viven de las ayudas sociales. Y lo más
triste, es que cada vez hay más gente que piensa así, por que con
esa letanía antisocial, repetida una y mil veces, hasta la saciedad,
a la par que se reduce el acceso a la educación en libertad y a la
cultura se inocula, cual veneno, el germen del odio hacia los
distintos y finalmente nos volvemos todos tontos del culo y cargamos
contra los que son diferentes, olvidándonos de la importancia de la
alteridad como elemento clave de conciliación social.