Por mi
formación anterior, en la epsitemología de la Ciencia Económica,
he estado acostumbrado a dormir idealizando grandes mamotretos, en
forma de modelizaciones matemáticas, que pudieran, de alguna manera,
contribuir a hacer que el mundo actual fuera un poco mejor. Que el
sistema Neocon no fuese capaz de romper
los modos de vida que no bailaran a su ritmo. Teoría del caos,
modelos de cuerdas, ecuaciones diferenciales...Todo valía, o casi,
para hacer experimentos erráticos y baldíos. Pero afortunada – o
desgraciadamente – la Economía es una ciencia social y los
números, sin alma, nunca cumplen su cometido. La presente lectura
evoca mis primeros escarceos con la Antropología, como los de un
adolescente iniciándose en azares amorosos. Recuerdo que me costó
casi un trimestre aterrizar en este campo; ser capaz de traducir
y derivar lo
que
leía
hacia
mis
torpes
neuronas,
retorcidas
por
curvas
de
oferta
y
demanda.
Traducción
y
derivación,
etic
– emic...que
luego serían reconocidos instrumentos del saber
antropológico, sin saberlo, me estaban ayudando a quedar
“enganchado”. Quizás sea esta la sorpresa, agradable, que me
sugiere “The American
Scholar”
es
decir,
la
capacidad
para
hacerme
recordar
que
“quehacer”
antropológico
se
caracteriza
por
la
implicación-participación
del
investigador
en
el
entorno
que
pretende
estudiar.
Y
como
va
de
metáforas
y
alegorías,
cada
vez
estoy
más
convencido
que
mientras
el
economista
vuela
por
encima
de
la
ciudad
buscando
grandes
generalizaciones
o
el
sociólogo
recorre
las
venas
de
la
noche
cabalgando
en
una
moto
de
gran
cilindrada,
el
antropólogo
se
sienta
en
las
esquinas
para hablar con
los
moradores
del
asfalto,
beber
de
los
cartones
de
vino
peleón,
comer
en
albergues
y
fondas
buscando
empapar
su
alma
con
la
esencia
virtuosa
o
corrupta
de
la
urbe.
Por
ello,
considero
que
la
idea
central
de
la
lectura
ronda,
mediante
los
conceptos
de
vida
como
juego
o
como
escenario,
explicación
interpretativa,
dramatización,
símbolos,
rituales,
etc,
la
necesidad
de
analizar
desde
la
coherencia
sin
pretensiones,
excesivamente
voluptuosas,
la
realidad
social
y
humana
del
área
de
estudio.
Porque,
como
demuestran
próximas
lecturas
(he
elegido
como
segunda
la
de
R.
Rosaldo
“Desde
la
puerta
de
la
tienda
de
campaña:
El
investigador
de
campo
y
el
inquisidor”)
toda
vida
social
se
construye
– produce
y
reproduce-
en
torno
a
símbolos,
ritos
y
ceremoniales
que
ningún
antropólogo
debe
obviar
si
verdaderamente
quiere
conocer lo
que
realmente
acaece.
Y,
en éstas, me
viene
a
la
cabeza
el
concepto
de
“descripción
densa”
(Cifford
Geertz
“La
interpretación
de
las
Culturas”.(1992)
Ed.
Gedisa
.
Barcelona)
y
su
ejemplificación
en los
juegos
del
niño
que
guiñaba
el
ojo
voluntariamente
o
como
“tic”
y
el
“colega”
que
lo
hacía
como
mofa
o
imitación.
Resumido
por
Geertz
respecto
a
la
aportación
de
Gilbert
Ryle.
Utilizando
toda
la
fuerza
de
la
Antropología Cognitiva y
Simbólica,
hago
un
símil
entre
la
labor
del
etnógrafo
y
la
del
cirujano,
pues
ambos
penetran
en
un cuerpo
– humano
el
primero
y
social
el
segundo
-
y
lo
diseccionan.
No
obstante,
mientras
que
el
galeno
deja
huellas
físicas
de
su
tarea,
conscientemente
porque
así
muestra
lo
buen
profesional
que
es,
el
antropólogo
debe
ser,
como
mucho,
un
observador
participante
que
no
contamine
el
entorno
– cuerpo
que
visita.
Al
respecto,
recuerdo
una
lectura
sobre
investigaciones
etnográficas
en
África.
Qué era, más o menos, así:
Un
etnógrafo
visitaba
la
aldea
que
años
atrás
había
analizado
otro
colega
suyo,
aquél con
tanto
éxito
había
escudriñado
el
poblado
que
su relato fue
merecedor
de
pronta
publicación.
Consiguientemente,
su
libro
quedó
como
referente
del
estudio
de
campo.
El
nuevo
visitante
se
reunió
con
un
interlocutor
nativo
y
siguiendo
la
guía
de
su
colega
observó,
con
gran
admiración,
que
todas
las
preguntas
que
le
hacía,
en
referencia
a
temas
tratados
en
el
anterior estudio
publicado,
eran
contestadas
con respuestas similares,
casi
calcadas.
Dedujo
entonces que
su
colega
había
sido
todo
un
“crack”;
capaz
de
empaparse
del
simbolismo
tribal
y
a
la
vez
gozado
de
la
maestría
para
traducirlo
a
la
cultura
occidental.
Pero
como
quería
sondear nuevos aspectos sobre la vida local, tocar
otros
temas
distintos
a
los
ya
manidos
en
la
obra
que
usaba
como
guía,
quizás para justificar su larga estancia en la aldea, abrió
una
nueva
línea
de
investigación.
Este giro imprimido a la entrevista dejó
mudo
a
su
interlocutor
quien,
contrariado,
se
fue
al
fondo
de
la
cabaña
y
tras
unos minutos regresó
con
el
mismo libro
del
anterior
antropólogo,
en
sus
manos,
preguntándole
con
cierta
sorna;
¿En que parte del
mismo se encontraba la
pregunta que me estaba
realizando?”.
En
fin, que desgraciadamente el que el denominado por Victor Turner,
drama social
(Concepto
que usa para definir lo que ocurre en todos los escenarios de la vida
– momentos e historias de crisis y conflicto – a la vez que
permite entender la actuación – dramatización – del actor
social en el ceremonial)en
aquella aldea se habría visto corrompido por la visión del
etnógrafo, aunque ésta se refiriese al propio drama en cuestión.
Recordemos que el concepto de primitivo actual muy poco tiene que ver
en esencia con el primitivo real, del neolítico, puesto que el del
presente ha tenido varios siglos de contacto con la civilización
occidental, ha adoptado algunas de sus costumbres y sistemas de
representación.
Para
terminar y porque creo que implica a la materia que nos une, me
gustaría hacer una sencilla referencia – no me atrevo a llamarla
crítica, por la importancia de la figura - a D. Gustavo Bueno,
padre, profesor Dr. emérito de Filosofía en la Universidad de
Oviedo, quien comentaba recientemente en unas jornadas sobre
“Estética actual”, que los antropólogos no tenían – teníamos
– ni idea de lo que es el ser humano pues nuestra ciencia,
analizando tribus y pueblos primitivos, no servía para ello. La
verdad es que o mucho me he engañado en mis años de estudio o la
opinión de D. Gustavo es algo menos que gratuita; porque. ¿Dónde
queda entonces olvidado el análisis de la cultura?. ¿Los estudios
de campo, no buscan algo más que la riqueza o belleza del
discurso...? ¿A parte de la evolución biológica de la especie, no
hay todo un cerebro social, en constante crecimiento, que imbrica
actuaciones y situaciones diversas?. ¿No es quedarse en el
mecanicismos alemán, y todo lo que ello supuso, aseverar de esa
guisa?
Poblado Nuer en el corazón del Sudán |
Texto "etnográfico" del inquisidor |
Heriberto
Gutíerrez García.
Estimado Heri:
ResponderEliminarAntes de nada felicitarse por tu blog y tus juiciosos y acertados comentarios. Sería posible hacerse con el artículo de Geertz para poderlo leer entero. Lo he intentado en internet pero no me ha sido posible. encontrarlo. No sé si sería mucho pedirte que si es posible me lo remitieras a mi correo personal: jivaller@gmail.com
Recibe un cordial saludo,
Juan Ignacio