Acertar
el título de una columna es algo primordial para “enganchar” al
potencial lector, sin olvidar que, en él, se debe compendiar la
esencia del artículo. De esta forma la elección del presente,
afortunada o no, resultó, amén de la existencia de una película
dirigida por Jonathan Demme, basada en una novela homónima de Thomas
Harris, de un proceso de eliminación en el que pretendía el
mutismo, la afonía o mudez de otros dos elementos, los chorizos por
un lado y los cabritos por otro.
Seguidamente,
os deleitaré con el procedimiento. Los embutidos, muy buenos a la
sidra, en rodajas “asaos” o vuelta y vuelta si son criollos,
deben quedarse en un plato de alto poder calorífico y cómo tal
consumible de vez en cuando. Además nunca se quedan callados, en
plena conversación tienen la mala costumbre de repicar en
pestilentes bocanadas de humor agrio. Respecto a la segunda opción,
los cabritos, sus hermanos mayores y padres, deciros que me fue
imposible contactar con alguno ya que según palabras del presidente
de la asociación española que los agrupa (A.E.C.) se encuentran
haciendo jiras y caja por ferias, saraos y “bolos” varios a lo
largo de nuestra geografía, acopiando para el invierno y las cuentas
en Suiza, Barbados, Islas Caimán o República Popular de Tucumán,
en su defecto. De esta guisa que solo me quedan “los corderos,
Clarice...” como susurraba el bueno de Hannibal Lecter, álter ego
de Anthony HopKins, cuando le tiraba los trastos a la camaleónica
agente del FBI. Pero vayamos por partes, como diría otro colega
destripador de Lecter, de nombre Yack. Los corderos se dejan, nos
dejamos llevar al matadero, como lo que somos, y sin rechistar.
Mientras, miembros de los otros dos grupos anteriores se deleitan y
aplauden con júbilo nuestros cantos de gloria y salmos de alabanza o
resignación rumbo a la pira funeraria. Porque sencillamente nos lo
merecemos... Y es por nuestro bien, nada más que por ello. Nos van a
descuartizar lentamente, sin anestesia, y aunque nos duela, seguro
que les va a resultar más penoso a ellos y sus verdugos, tal es su
bonhombría y honorabilidad. Y sabed, que cuándo nos meten la daga
hasta la empuñadura y nos la retuercen dentro es porque otros, que
saben mucho más que nosotros, son los que lo ordenan - siempre por
nuestro bien, no lo olvidad - versión cutre de “no hay otra
solución”. Cómo si endiñársela al pobre fuese el bálsamo de
Tolú -¿os engañé, eh...? creíais que iba a decir”...
fienabrás”-. Renovarse o morir amigos, como los machos cabríos
que ya no se suben a la escalera sino que son ellos los que componen
la música para la liturgia del festín en honor al dios caníbal de
la montaña neocon.
Y
mientras, unos y otros nos mienten, quitándonos las pocas ganas de
pelea que apenas se dibujan ya en la cara, espejo del alma. Cuándo
se nos hace creer que es más importante que Messi o Ronaldo ganen la
bota de oro, Madrid o BarÇa la liga. En el momento en que la
estética ya no es la esencia de la ética y se convierte en un mero
culto al cuerpo danone. En estas, en las que estamos, comenzamos a
sentir un hambre más arriba de la panza y mayor que un dolor de
infarto que nos corroe el alma, un ansia de justicia que ni “El tío
la Vara” podría asolar a garrotazos. Una sensación de vacío tal,
que nos sume en las profundidades del averno más lúgubre, del que
parece no hay salida por mucho que los neo gurús del la Nueva
Economía de mercado nos hagan creer lo contrario. Porque muy mi
pesar y al vuestro, convenzámosnos que se están vulnerando o al
menos mancillando los Derechos Fundamentales Humanos, núcleo
esencial de nuestra Carta Magna. Y cuándo esos ocurre, “tamos
jodidos, coyacios”. Y creedme que siento ser tan soez, pero hay
veces que tienes que usar las palabras menos poéticas y más tristes
de nuestro diccionario para contar lo que pasa en el entorno. Que
sean otros los que narcoticen a la sociedad con cantos de sirena o
cuentos de lechera. Por cierto, aviso a navegantes, un organismo
internacional como la OCDE, para nada sospechosa de trasgresora, más
bien afín y guardián del Modelo Neocon, da un nuevo “tirón de
oreyes” a los sabios españoles, porque lejos de ver brotes verdes
o esquejes de futuro, alerta sobre la prolongación de nuestra
recesión, aumento de los niveles de desempleo y de los delitos
fiscales pese a las llamadas por sus mentores grandes políticas
estabilizadoras de política económica española, como la reforma
laboral, recortes presupuestarios, o malabarismos fiscales que
reducen los impuestos directos - favoreciendo a los ricos – y
aumentan los indirectos, que pagamos todos porque son derivados del
consumo familiar. Y en esas estamos amigos, de camín al mataeru y
cantando juntos cómo hermanos, mientras otros se ríen o callan,
oídos sordos, con cuentas en Tucumán.
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