A la espera de la anual “Carta a Baltasar”, quiero hacer una reflexión sobre los datos económicos y su gestión por parte de las organizaciones políticas. Y ya de paso, recordar a los lacayos y palmeros, de babor y estribor, el principio que Robert Michels proponía, en su obra “Los partidos políticos”, sobre el funcionamiento de las organizaciones humanas que, distribuidas en una estructura piramidal, imponen una “ley de hierro de las oligarquías”, de servidumbre a sus élites, fuera de la cual nadie asciende.
Ergo, conociendo este principio, mirándonos al espejo y luego rompiéndolo en mil pedazos podremos ser más libres, porque vivir esperando las ocurrencias que el líder, dotado de efecto halo, regurgite por su boca es, entre otras cosas, estresante y definitivamente un coñazo.
No tener más equipo que el Sporting de Gijón, en fútbol, y la Uni de Oviedo, en atletismo, me permite usar, como único pertrecho, la Ciencia Económica y analizar los datos “cocinados” intencionadamente por todos nuestros dirigentes.
Es el crecimiento económico un ejemplo singular, que lleva a los sucesivos gobiernos patrios a henchirse de orgullo frente a otros países del arco europeo o los EE.UU. Pero como dice el refrán “...Por la boca muere el pez”. ¿Táis preparaos…? ¡Vamos…!
La tasa de crecimiento económico es un porcentaje que compara los datos del PIB de un entorno, durante dos periodos de tiempo distintos. Así, como el PIB alemán es de 4.185.550 millones de euros, el español de 1.498.324 y 25.629.842 el americano, cualquiera puede comprobar que la tasa del 3% en España es, en términos reales, muy inferior al 0,5% alemán y el vértigo impide buscar el equivalente con el “yanki”.
La segunda cocción, se condimenta a partir de la disección del PIB, que surge de agregar el consumo de las familias, la inversión empresarial, el saldo de balanza exterior (exportaciones e importaciones) y el gasto publico.
Hechas estas matizaciones, debemos saber que el 0,8% de crecimiento español correspondiente al tercer trimestre de 2024, se debió al gasto público lo nos enfrenta ante una, cuanto menos, peligrosa evidencia empírica. Y es que, desde el punto de vista de la Teoría Económica, España siempre fue una economía improductiva y endeble, que vive “dopada” por inyecciones del sector público y carente de la fuerza dinamizadora de la inversión, el consumo y el ahorro debido, entre otras, a los sueldos que padecemos. Así lo corrobora otro dato, el que muestra un 26,5% de población en riesgo de exclusión social.
Una explicación al paroxismo del derroche publico surge por la necesidad de gastar los fondos europeos para poder recibir la misma cuantía el próximo año -recordad el “péplum-TIC” de L’Entregu-. Otra justificación nace de la propia evolución en caída libre de la economía, a nivel micro, que obliga a incrementar gastos en ayudas a quienes no llegan a fin de mes o están desempleados.
Y ya para que me señalen acólitos de Tirios y Troyanos, imbricar gastos públicos con su origen, es decir con impuestos directos e indirectos y recordar lo que ocurrirá el próximo enero con el IVA o los precios de las energéticas.