Llegaste al penal de la isla de Robben – nada que ver con el
futbolista – una fría mañana de 1964. molido a palos y medio
muerto, seguro. Por ser el interno 466, del año 64, sobre tu lomo
lucías el número 46664. Pero yo, que soy más de simbologías,
siguiendo a antropólogos como Victor Turner y su “Selva de los
símbolos” creo que todo tiene su porque. Buceando en la cultura
occidental, el 666 es el número de la “bestia”, el anticristo.
Por otra, los “cuatros”, que en el dorsal encerrabanel número
del mal, bien pueden ser las cuadradillas que se usan hoy en día en
las redes sociales y de la misma forma simbolizar las rejas de una
prisión. Sí, ya sé que me dirás, maestro Madiba, que me estoy
escapando por los Cerros de Úbeda, como siempre. Pero no olvides que
aguantaste durante casi treinta años en una sucia mazmorra de menos
de seis metros cuadrados, con un sopa inmunda al día, entre pecho y
espalda y el poema “Invictus” del inglés W. E. Henley, en tu
alma. Recuerda que allá por 1969 se preparó una fuga cuyo único
objetivo era asesinarte en la intentona.
Este, amigos, fue Madiba, un Premio Nobel de la Paz y Príncipe de
Asturias de la Concordia más , como otros tantos anteriores y
posteriores. Pero Mandela está por encima de todos ellos. Tal es asi
que al concocerse su muerte, durante una reunión de la Comisión de
Naciones Unidas, se batió el record en asumir una propuesta, la de
cancelar el acto. Volviendo a los símbolos, y casi para harer más
hermosa, al menos asumible, tu falta debió ser la representante
argentina la que espetó, entre lágrimas: “Siento señores que no
puedo ni debo seguir... Nelson Mandela ha muerto...” Esa frase,
musitada en “argentino” y por una melodiosa voz femenina,
de pibeta, tiene poder para estremecer incluso a los pretorianos del
Sistema, los mismos contra los que toda su vida Madiba luchó. A
miles de millas de distancia de que se haya dejado o no sobornar por
el Imperio como cuentan sus detractores, que algunos, aunque pocos
los tenía. Pero no olvidemos que luces y sombras las tenemos todos.
Y sigo. Años antes de su encarcelamiento, la manifiesta corrupción
de un Congreso Nacional Africano, que se estaba dejando seducir por
los cantos de sirena del imperio hizo que uno de sus líderes, Nelson
Madela, y otros más, radicalizaron su lucha y por ello fue penado a
cadena perpetua en el Penal de Robben, en condiciones infrahumanas.
Ni que decir tiene que era negro en el país del Apartheid más
cabrón, considerado, imputado y condenado terrorista y a groso modo,
una alarma social para un mundo que, en la década de los sesenta,
empezaba a dudar de muchas cosas. Algunas, las más importantes y
fundamentales diría yo, desgarciadamente se han olvidado y por eso
sigue habiendo presos de conciencia, ya no todos en las cárceles
físicas sino, peor aún, en las del alma. Porque seguir diciendo lo
que un piensa, si va contracorriente, es igual de peligroso que
cuando los primeros hombre salieron de África y ya llovió.
Serénate, ve “Salvame”, “La voz” o lo que sea en la “tele”
y sé narcolepsicamante feliz, mientras te dejen.
Quizás picando piedra, sudando bajo la ropa empapaba por la lluvia
y llorando sangre comprendió, como sus antepasados zulúes, que
hacer frente a un ejército muy superior era suicidarse, y por eso se
hizo abogado durante su cautiverio. Seguro que durante toda esa
maduración personal recordó la táctica militar de ataque, en forma
de cabeza de búfalo, con la que sus ancestros repelieron a los boers
y al imperio británico y que se basaba en una distracción, la de
hacer creer al enemigo que se atacaba a pecho descubierto, cuando
realmente se le rodeaba por los flancos.
Pero la grandeza de Madiba no está en su capacidad y tesón para
estudiar, formarse y educarse en condiciones infrahumanas, algo de lo
que todos tendríamos que aprender y algunos aplicar para dejar de
recetar “recortes”. Su hazaña fue otra, la de ser capaz de
superar, no sé si podría - seguro que yo no - perdonar y olvidar a
todos los cabrones y canallas que le sodomizaron el alma, durante la
mitad de su vida. Comprendió lo que otro ilustre antropólogo, Levi
- Strauss – que, pese a lo que algunos crean, no hacía pantalones
en horas libres – postula, que el salto de la barbarie humana, en
el estado de naturaleza, a la civilización se debe a la alianza y
colaboración entre grupos que intercambiaban mujeres y regalos para
emparejarese y formar lazos duraderos. Trascendiendo, esa alianza
vincula a los clanes de mayor tamaño que las familias, se coopera y
se crean recursos excedentes que se pueden intercambiar. Ese es el
origen de la Cultura. Así en una Sudáfrica al borde del caos, a su
salida de la cárcel, no cabría otra, supuestamente, que tirarse al
monte, pistola en mano y planear cazar a todos los opresores. Pero
nuevamente reorientó su destino y fue capaz de integrar una sociedad
multiétnica alrededor de un evento deportivo de masas, la final de
la copa del mundo de rugby de 1995, celebrada su nación. Pese a la
maravillosa “peli” del maestro Clint Eatswood, “Invictus”,
donde el simbolismo vuelve a estar a flor de piel, con un equipo, el
“Springbok”, machacado y marcado el cuerpo recogiendo la copa
mundial, simbolizando el resurgir del cuerpo social del país pese a
todo, digo, me permito dudar de la importancia que para Mandela tenía
ganar o no a los “All Blacks” de Nueva Zelanda. Quizás, solo si
esa victoria simbolizase la unión de todas las etnias de la nación
y sirviese para que todos tiraran del carro...Para terminar y aunque
Madiba nunca entregó ese poema al capitán de los “Springboks” -
fue una licencia del gran Clint, para su film, él lecedió “The
man in the arena” de T. Roosvelt igualmente evocador - solo
reproducir las estrofas que leía en su cautiverio: “Doy gracias
al dios que pudiera existir / por mi alma imperturbable / Soy el amo
de mi destino / El capitán de mi alma”. Desde hoy el mundo
tiene menos luz, quizás sintamos más frío.
Heri Gutiérrez Garcia.