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Foto: Archivo Minero |
Hace unos días, Quique Mencía jefe de prensa de la empresa HUNOSA,
me envío un wasp para invitarme a participar en el evento que, en
memoria de los fallecidos en la mina, se celebrará el próximo
viernes día tres en el Centro de Reinterpretación del Puzu Sotón.
La idea era que profesionales de distintos campos, ciencias y artes,
aportaran su saber en un acto que pretendía rendir homenaje a
aquellos mineros muertos en trabajo. ¿Por que yo también? Pensé...
No canto, no sé recitar, no soy actor, ni músico, ni artista.
Escribo mal, casi a hachazos; eso sí, como hijo de esta tierra negra
y verde me comunico con una prosa ruda y nudosa, casi salvaje, mamada
por la leche materna como se hereda el ímpetu con el que
generaciones y generaciones antes que la mía arrancaban el carbón,
a puñetazos de su lecho, en el corazón de nuestros valles. Quizás
por eso impregnada mi alma de cisca, lodo, polvo y humo nunca me
alejé de estos valles para hacer trabajo de campo y parir
etnografías que siempre sentaron mal a los poderes fácticos del
momento. Conjunto de documentos recopilados por alguien de cuna tan
“roja” y “negra” como las de aquellos electos y que eran
nacidos de la vivencia de sus gentes. Y, claro, nadie podía ser tan
puro en esencia ni montar corceles tan bellos como quienes salían en
prensa, radio o televisión a grito deslomado reivindicando
solidaridad y compromiso... Por boca pequeña como se vio después en
algunos de aquellos ídolos de pies de barro. Vamos, me imagino que
para ellos yo era un postmoderno desertor del Álamo. Pero no, que
va, lejos de esa visión, yo era alguien normal que, también en la
mocedad, se manifestó en Uvieu, Llangreu o dónde fuera y que
desafinó con la masa, antes de correr, aquello que se cantaba “De
qué pozu son esus de marrón...Esus de marrón, de qué pozu
son...”.
Esa forma de vida valiente y a pecho descubierto que se reflejaba en
no casarse con nadie, herencia legitimada de nuestros mayores, a las
huestes de la rancia derechona rechinába-yos mucho, pero tristemente
lo mismo significaba para algunos de los integrantes de las fuerzas
vivas del otro lado, los autroproclamados como representantes
legítimos de la clase obrera. El tiempo que es sabio a la par de
inexorablemente cansino dará y quitará razones tras los muchos
procesos sub judice abiertos aún hoy en día.
Herederos somos de una Historia crispada y real, narrada de
distintas formas tras décadas de trabajo duro bajo tierra, peonadas,
vidas, amores y almas, todos ellos ganados y perdidos subiendo
“ramplas” y abriendo nuevos “tayos” como caminos y venas
serpenteantes hacia el corazón de Asturias. Honor, solidaridad,
respeto y lucha obrera amalgamaron un modo de vida difícil de
comprender fuera y en casa. Unas veces temidos, otras mancillados y
pocas reconocidos por los gobiernos antes durante y después de los
tiempos de general golpista. Precisamente fue en el ocaso de ese
aciago régimen, carente de Democracia y sobrante de paternalismo a
ultranza, cuando el INI creó, con la Acción Concertada, la empresa
HUNOSA. Y de eso hace ahora cincuenta años, en el apoteosis de la
autarquía franquista. El inicio de un sueño litúrgico, para
algunos, para otros una pesadilla, pero al fin y a la postre
significante de una fuente inagotable de trabajo y prosperidad para
todos los hijos de nietos de los primeros campesinos que a caballo
entre siglos y en las remotas aldeas perdidas de Asturias se
empezaron a manchar las manos de negro carbón, bajando por chimeneas
cargados de picos y palas, hambrientos y enjutos, olvidados del
destino. Aquellos que sudaron y sangraron una y mil veces y
tristemente lloraron de dolor o de alegría también. Fuente
inagotable de esa sangre real y simbólica que nutrió los valles
mineros asturianos y sin saberlo, casi sin quererlo, fue la
protagonista de una de las páginas más honrosas y valientes de
nuestra Historia reciente. Quienes no solo lucharon por un futuro,
que lo hicieron por cumplir con el sacrosanto legado que les habían
trasferido sus mayores. Aquella conducta de “paisano” o de
“paisana” que no retrocedía ante las adversidades, que nunca
engañaba y muchas veces era vilipendiado por ser precisamente
honesto y honrado. Algo de lo que los “autroproclamados” guías
espirituales, que lo eran solo de cartón piedra, se aprovechaban
para medrar y engañar a los suyos, a todos los que seguían bajando
a las entrañas de la tierra para sacrificarse y mantener a su
familia, que sentían el orgullo de ser minero, solidario y valiente,
que no solo “baxaben les series a puñetazus” en el chigre, sino
que sabían protestar cuando el “techu tiraba” y había que
“postiar de chulana” porque tan peligroso estaba el muro como el
techo. Los mismos que cuando había un “derrabe” entraban sin
mirar más que al fondo donde estaba el “compañeru accidentau pa
salva-y la vida” o si no se podía, para devolvérselo a los suyos.
Así en las plazas de los Pozos mineros asturianos, como en las de
todos los del resto del mundo, se vivió la emoción, la
reivindicación, la lucha y del dolor contenido y expuesto al salir
el minero herido o fallecido. Porque aquel que salía en la camilla
era parte de la comunidad que lo esperaba fuera y en silencio o con
aplausos era honrada su memoria.
Para finalizar mi deseo que este reconocimiento a todos los
fallecidos deba ser el inicio del tributo, a modo de pago, hacia el
acervo que nos trasmitieron los que fueron mineros durante casi dos
siglos en empresas publicas o privadas, chamizos o grandes “Pozus”
y hacia sus familias, porque son la base estructural y crucial de la
cultura que hoy conocemos y que nos ha hecho ser como somos. Y, por
favor, para terminar ya, dos deseos y una súplica. Seamos honestos
con la Historia. ¡Qué nadie use partidistamente este tipo de
homenajes porque sería violar el recuerdo de los que ya no están….!
Y qué la pérdida de empleos en la minería, y su repercusión en la
actividad económica, nunca signifique el fin de unos valores
solidarios, reivindicativos y de compromiso que algunos conocimos en
nuestra juventud.
Heri Gutiérrez García.