Pero
no voy a hablar de cine, quizás merecería la pena, pretendo
reflexionar sobre el fin de la contienda de Grecia contra el resto de
la U.E., incluidos los países que por datos, siempre los manidos
datos, jugamos en la misma categoría de regional preferente. No nos
engañemos, no estamos para muchos alardes, pese a lo que algunos
digan. Pues bien, después de mucho prometer y marear la perdiz, con
un corralito por medio, a la coalición Syriza de Alexis Tsipras no
le ha quedado otra que dar el brazo a torcer y transgredir todas las
líneas rojas que había jurado no cruzar. Porque seamos honestos,
no queda otra, desgraciadamente. Cuándo una Institución marca unas
normas tenemos dos opciones; la primera es ser coherentes y no entrar
si desconocemos las reglas de juego, las cartas de la baraja y mucho
menos si no habemos “poderes” para sentarnos a la mesa. Si
pensamos que cubrimos de largo todas las premisas y aceptamos, es
innegociable cambiar las normas a mitad de partida o eludir el deber
de pagar a quien nos deja el dinero.
Llegados
a este intríngulis debemos plantearnos, ya abiertamente, la
siguiente cuestión. ¿Qué podemos hacer y qué nos queda fuera de
alcance?. Independientemente que seáis o no votantes de la marca, he
de decir que sí se pueden hacer cosas dentro de la que llamaríamos
“liga doméstica”; por ejemplo, a bote pronto, crear
instituciones e instrumentos para agilizar y dotar de transparencia a
la Democracia, legislar para evitar la corrupción, prevaricación o
el cohecho de los dirigentes políticos o sancionar los casos es que
ocurra manifiestamente. La necesidad ineludible de frenar el déficit
público que origina los desmanes en la Deuda soberana, para no tener
que negarse a devolverla por asfixia. Y ¿Cómo se hace?. Pues muy
sencillo, ajustando el presupuesto. Hala, diréis “ya llegó otru
iluminau, tocau del ala a metenos la tixera y apretanos el cintu...”
No, no voy por ahí; ya lo sabéis. Los Presupuestos Generales de
cualquier estado o administración pública constituyen, en esencia,
un instrumento contable, a modo de balanza, que presenta en uno de
los platos los ingresos y en el otro los gastos; y como tal debe
tender a equilibrarse, en la medida de lo posible.
Recetas
para ello, son tantas y variadas como las de adelgazar, pero como los
galenos nos recuerdan, no existen las dietas milagro, ni siquiera la
del cucurucho. De igual forma, no sirven las “virguerías” ni los
juegos de salón de crupieres más o menos avezados en el arte de
engañar al prójimo. Solo se puede equilibrar un presupuesto, evitar
que se dispare, explote y lleve al déficit galopante a partir de una
política fiscal progresiva en la que pague más quién más posea.
No es lógico que una PYME o un autónomo coticen con cuotas
superiores al 20% de sus ingresos y que las grandes empresas, que
deberían contribuir con un 35% como impuesto de beneficios se vean,
valga la redundancia, beneficiadas por exenciones diversas y tributen
en torno al 10%. Pero claro en este brazo de la “Romana” solo se
“tocan” - se elevan una y otra vez – casi perversamente los
impuestos indirectos, es decir, los que gravan el consumo. Y como
todos tenemos la mala costumbre de comer y beber para vivir...
Así, como se reduce la renta disponible de las familias, se retrae el
consumo, la demanda agregada y la economía del país entra en
recesión, sin que se haya logrado un sustancial incremento en los
ingresos del Estado. Es más resulta pírrico, a todas luces.
¿Y
los gastos...? Ay los gastos, como la canción. Existen varios
grupos, desde el punto de vista macroeconómico. Los corrientes
que incluyen los salarios de funcionarios y compra de bienes, los de
capital
para mantener o mejorar la capacidad productiva del país y
finalmente los de transferencia
que son los realizados por el sector público sin obtener nada a
cambio: seguridad social, pensiones y sanidad. Y claro, los excesos
en el primer grupo se pagan en las carencias en I+D+i y los recortes
en la triada sanidad, educación, cobertura social. Grecia tenía más
de un 70 % de empleo público que disloca sus gastos corrientes, pero
ojo que España carga con una superestructura de estado en cuatro
niveles, incluso cinco en algunos casos, con mucho personal a cobrar,
algo difícilmente digerible.
Y
como de datos va, habría mucho que discutir con quién nos dice que
vamos muy bien, cojonudamente, por que según EUROSTAT o el Banco
Mundial, la economía española creció un 0,9 % en el primer
trimestre, dos décimas más que en el trimestre precedente, mientras
que el aumento con respecto a los tres primeros meses de 2014 fue del
2,6 %. Y que frente a ese año el de la zona del euro aumentó un 1%
y en la UE un 1,4 %. Todos ellos son datos reales, pero no podemos
obviar que ese porcentaje se tabula sobre el PIB de cada país, así
Alemania 3.356.577 en 2014 que correspondía a casi el 20% de la U.E.
y España 1.441.181 que es solo el 8,5%. Lo que deja en evidencia los
porcentajes de crecimiento de países emergentes o en riesgo de
exclusión, como el nuestro.
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