Sirva esta corta alegoría como contrapunto final a la gran peli de
John Ford “Qué verde era mi valle”, ya que mientras que en ella
y en el libro en que se basa de Richard Llewellyn, seudónimo de
Vivian Lloyd, se narra la vida de una pequeña comunidad de un valle
al sur de Gales, a través de la familia Morgan aquí, en esta
columna, se muestran los actas de defunción de aquel modo de vida
que en esta tierra, nadie supo defender o no quiso. Azules, rojos,
sepias, morados, verdes o naranjas miraron hacia otro lado y,
silbando tangos, permitieron el cese de toda actividad minera en
Asturies y con ella, más triste aún, el fin de un modo de vida
autóctono que otrora era reprimido, pero a la vez temido y odiado,
por la bota del pretoriano. Pérdida de identidad que desde la
Antropología es un crimen de lesa humanidad, tan grande y grave como
la eliminación de cualquier hábitat humano, porque uno y otro
pertenecen al acervo cultural de un pueblo. Jo, si alguno de los
guerreros de la Libertad, en plena postguerra, abriera los ojos…! O
monta tanto, para mi, la opinión de los veteranos que estuvieron en
primera fila en La Güelgona del 62; aquella lucha desigual contra la
Dictadura que hizo correr, a la par de garrotazos, ríos de tinta y
de tal importancia social que hasta la BBC inglesa dedicó un
especial informativo. Por contra, ni color se atisba en la idílica
Democracia, del siglo XXI, que algunos embadurnan sin pudor.
El Pozu Sotón, situado en el corazón del Valle Nalón, fue uno de
los yacimientos mineros de mayor importancia de la empresa HUNOSA, y
por extensión del sector minero Astur y patrio. Pero además se
constituyó, junto con otros como Maria Luisa o La Camocha, en
referente del movimiento minero, la lucha obrera, la solidaridad y el
compromiso. Con su desaparición y secada la fuente se corta el
riego, en este caso y entre otras cosas, de solidaridad. Y así es
más fácil manejar a la población, porque se eliminan los
significados y significantes identitarios y a todo esto suma y sigue
el hecho de que quienes, en el pasado reciente, se erigieron en
faraones – dioses vivientes del Anto Nalón, como los del Nilo, no
fueron más allá de figurones de cartón piedra, a toro pasado
comprobado. Sí ya sé que me radicalizo, me lo dicen hasta los
militantes de Podemos, y que perderé muchos amigos, también. Pero
mejor es eso que olvidar las conexión con mis raíces, las nuestras
y las de todos, aunque algunos se hayan olvidado.
Pero centrémonos para no volver a teorizar sobre ciencia política
o filosofía barata, que es la pretensión actual, a modo de Sálvame
de Luxe. Volvamos al “tayu”. Es el Centro de Representaciones del
Pozu Sotón, en el horizonte, como un elemento nuevo de atracción
turística, pero permitidme como antropólogo, bisoño eso sí, que
considere en mayor valía su importancia. Es mucho más; y pese a la
dificultad que supone trabajar sobre la tierra de uno mismo, porque
es imposible alejarse para ser objetivo, he de deciros que se me
antoja como uno de los últimos reductos que pueden mostrar lo que la
vida minera fue con sus bondades y perversidades, en el fondo, lo que
caracteriza a este pueblo a orillas del Nalón. La última pantalla,
a modo de visor, que trasmitirá las señas locales hacia el futuro.
Espejo y crisol de un momento de tiempo, dos siglos nada menos,
propio de unos valles que mutaron y volvieron a cambiar, por mor o
desamor, de los intereses económicos de un país, España, que solo
miro hacia Asturias, sus tierras y paisanos, cuando los necesitaba y
el resto del tiempo despreciaba con inusitado despotismo, casi
ilustrado. Así y como no hay cuña peor que la del mismo palo se uso
a los, supuestamente mejores cerebros de una generación asturiana,
exiliados a Madrid, para defenestrar lo que, por otro lado, ya no
existe.
Peleemos todos juntos por una suerte de última frontera que debe
servir de nexo y referencia para los que vendrán, nacidos aquí y
allá. Para que conozcan lo que hicieron nuestros - sus mayores,
porque, pese a los que algunos crean, las piedras y sus
construcciones tienen vida. La vida rica en experiencias de los que
las construyeron y también las que se desarrollaron en aquellos
lugares de trabajo. Historias de vida, pasión y muerte de deben ser
recordadas como mejor homenaje a quienes las protagonizaron y porque
son parte del referente de un pueblo que se niega a desaparecer
engullido por las fauces del Sistema.
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