Iguazú: Patrimonio de la Humanidad

martes, 31 de octubre de 2017

DE LOS HIJOS DE ESTA TIERRA AL RECUERDO DE SUS MAYORES

Foto: Archivo Minero
Hace unos días, Quique Mencía jefe de prensa de la empresa HUNOSA, me envío un wasp para invitarme a participar en el evento que, en memoria de los fallecidos en la mina, se celebrará el próximo viernes día tres en el Centro de Reinterpretación del Puzu Sotón. La idea era que profesionales de distintos campos, ciencias y artes, aportaran su saber en un acto que pretendía rendir homenaje a aquellos mineros muertos en trabajo. ¿Por que yo también? Pensé... No canto, no sé recitar, no soy actor, ni músico, ni artista. Escribo mal, casi a hachazos; eso sí, como hijo de esta tierra negra y verde me comunico con una prosa ruda y nudosa, casi salvaje, mamada por la leche materna como se hereda el ímpetu con el que generaciones y generaciones antes que la mía arrancaban el carbón, a puñetazos de su lecho, en el corazón de nuestros valles. Quizás por eso impregnada mi alma de cisca, lodo, polvo y humo nunca me alejé de estos valles para hacer trabajo de campo y parir etnografías que siempre sentaron mal a los poderes fácticos del momento. Conjunto de documentos recopilados por alguien de cuna tan “roja” y “negra” como las de aquellos electos y que eran nacidos de la vivencia de sus gentes. Y, claro, nadie podía ser tan puro en esencia ni montar corceles tan bellos como quienes salían en prensa, radio o televisión a grito deslomado reivindicando solidaridad y compromiso... Por boca pequeña como se vio después en algunos de aquellos ídolos de pies de barro. Vamos, me imagino que para ellos yo era un postmoderno desertor del Álamo. Pero no, que va, lejos de esa visión, yo era alguien normal que, también en la mocedad, se manifestó en Uvieu, Llangreu o dónde fuera y que desafinó con la masa, antes de correr, aquello que se cantaba “De qué pozu son esus de marrón...Esus de marrón, de qué pozu son...”.
Esa forma de vida valiente y a pecho descubierto que se reflejaba en no casarse con nadie, herencia legitimada de nuestros mayores, a las huestes de la rancia derechona rechinába-yos mucho, pero tristemente lo mismo significaba para algunos de los integrantes de las fuerzas vivas del otro lado, los autroproclamados como representantes legítimos de la clase obrera. El tiempo que es sabio a la par de inexorablemente cansino dará y quitará razones tras los muchos procesos sub judice abiertos aún hoy en día.
Herederos somos de una Historia crispada y real, narrada de distintas formas tras décadas de trabajo duro bajo tierra, peonadas, vidas, amores y almas, todos ellos ganados y perdidos subiendo “ramplas” y abriendo nuevos “tayos” como caminos y venas serpenteantes hacia el corazón de Asturias. Honor, solidaridad, respeto y lucha obrera amalgamaron un modo de vida difícil de comprender fuera y en casa. Unas veces temidos, otras mancillados y pocas reconocidos por los gobiernos antes durante y después de los tiempos de general golpista. Precisamente fue en el ocaso de ese aciago régimen, carente de Democracia y sobrante de paternalismo a ultranza, cuando el INI creó, con la Acción Concertada, la empresa HUNOSA. Y de eso hace ahora cincuenta años, en el apoteosis de la autarquía franquista. El inicio de un sueño litúrgico, para algunos, para otros una pesadilla, pero al fin y a la postre significante de una fuente inagotable de trabajo y prosperidad para todos los hijos de nietos de los primeros campesinos que a caballo entre siglos y en las remotas aldeas perdidas de Asturias se empezaron a manchar las manos de negro carbón, bajando por chimeneas cargados de picos y palas, hambrientos y enjutos, olvidados del destino. Aquellos que sudaron y sangraron una y mil veces y tristemente lloraron de dolor o de alegría también. Fuente inagotable de esa sangre real y simbólica que nutrió los valles mineros asturianos y sin saberlo, casi sin quererlo, fue la protagonista de una de las páginas más honrosas y valientes de nuestra Historia reciente. Quienes no solo lucharon por un futuro, que lo hicieron por cumplir con el sacrosanto legado que les habían trasferido sus mayores. Aquella conducta de “paisano” o de “paisana” que no retrocedía ante las adversidades, que nunca engañaba y muchas veces era vilipendiado por ser precisamente honesto y honrado. Algo de lo que los “autroproclamados” guías espirituales, que lo eran solo de cartón piedra, se aprovechaban para medrar y engañar a los suyos, a todos los que seguían bajando a las entrañas de la tierra para sacrificarse y mantener a su familia, que sentían el orgullo de ser minero, solidario y valiente, que no solo “baxaben les series a puñetazus” en el chigre, sino que sabían protestar cuando el “techu tiraba” y había que “postiar de chulana” porque tan peligroso estaba el muro como el techo. Los mismos que cuando había un “derrabe” entraban sin mirar más que al fondo donde estaba el “compañeru accidentau pa salva-y la vida” o si no se podía, para devolvérselo a los suyos. Así en las plazas de los Pozos mineros asturianos, como en las de todos los del resto del mundo, se vivió la emoción, la reivindicación, la lucha y del dolor contenido y expuesto al salir el minero herido o fallecido. Porque aquel que salía en la camilla era parte de la comunidad que lo esperaba fuera y en silencio o con aplausos era honrada su memoria.
Para finalizar mi deseo que este reconocimiento a todos los fallecidos deba ser el inicio del tributo, a modo de pago, hacia el acervo que nos trasmitieron los que fueron mineros durante casi dos siglos en empresas publicas o privadas, chamizos o grandes “Pozus” y hacia sus familias, porque son la base estructural y crucial de la cultura que hoy conocemos y que nos ha hecho ser como somos. Y, por favor, para terminar ya, dos deseos y una súplica. Seamos honestos con la Historia. ¡Qué nadie use partidistamente este tipo de homenajes porque sería violar el recuerdo de los que ya no están….! Y qué la pérdida de empleos en la minería, y su repercusión en la actividad económica, nunca signifique el fin de unos valores solidarios, reivindicativos y de compromiso que algunos conocimos en nuestra juventud.




           Heri Gutiérrez García.