Un día
cualquiera por la mañana, en la vida de este que os escribe,
comienza con un desayuno, en volandas, y tras él las primeras
noticias en la tele, oídas más que vistas y cuasiformes,
atragantadas. Luego, veinte minutos de coche y otros diez más para
apurar un café y leer la prensa fresca del día pero ajada de malas
nuevas por la madre de todas las crisis o los miles de corruptos que
supuestamente despilfarran los bienes ajenos impunemente, algo que
suena siempre a lo mismo. Pero un jueves, de hace unas semanas, una
foto de cabecera en La Nueva España me hizo saltar de júbilo, se
rompieron muchos de los encantamientos que impedían abrirse el día.
A su pie, unas letras gordas decían que un médico asturiano había
culminado su treceavo “ochomil”. El Dr. Egocheaga, alpinista Jorge
Egocheaga, es para mi y todos los que tuvimos el honor de vestir la
camiseta verde y el pantalón negro del equipo de atletismo de la
Universidad de Oviedo, durante los años ochenta y noventa, a la
ódenes de Pepe Teverga, Manuel Lafuente y Raúl Fidalgo, el
pertiguista Jorgín; un fenómeno que volaba por encima de los cuatro
metros cuando nadie se atrevía a empuñar una pértiga, y mucho
menos correr con ella pegada al cuerpo, en Asturies. Ni me atrevo a
hablar de la calidad humana de Jorge, porque me quedaría corto
ponderándolo; de hecho cientos de miles de enlaces aparecen en
internet en referencia a sus cimas, triunfos y lo más importante,
aunque sé que él no lo va a reconocer, sus rescates a cordadas de
compañeros en peligro de muerte, poniendo, para ello, su vida en juego.
Salté
rápidamente al interior del diario y devoré toda la columna. Allí
brillaba su última hazaña, que iba más allá de hollar la cima del
Dhaulagiri, porque una vez más se había aplicado al rescate de un
compañero, Juanjo Garra, en esta ocasión, tristemente fallecido
días después de un accidente. Despojándose de todo egoísmo, con
un dedo dislocado y sin concluir el obligado proceso de aclimatación
no vaciló, ni un instante, en montarse en un helicóptero perpetrado
de auxilios para salvar a Juanjo. Seguidamente, no dudó en calificar
de héroes a quienes le acompañaron o al sherpa que se mantuvo con
el accidentado hasta el final, sin dar la menor importancia a su
propia gesta. Y eso, amigo Jorge, no es de un “tío” antisocial,
como te sueles calificar ante la prensa. Eres de los grandes,
compañero, de los que valen la pena, coño. Un ejemplo que deberían
seguir muchos de los que se consideran o pretenden importantes en
esta región, nación, Unión Europea ...planeta tierra en que
vivimos y se esfuerzan, como dicen, por hacernos las cosas mejor.
Eres
alguien que debería ser referencia para los jóvenes, como aquellos
cuyas cabezas atiborramos de datos ideas, conceptos, por ser
embriones del mañana y que nos “sufrieron” el año que
coincidimos en el Equipo de Docentes de Educación Social. Modelo de
vida, sin duda, carente de nepotismo y despóticas aspiraciones por
prevalecer acaudalando “pasta”, más allá de la razón o en en
corazón de las doctrinas caníbales del imperio Neocon.
Por
tu hazaña, y aunque para algunos Heri siga escribiendo sobre las
mismas tonterías de siempre, o cuándo alguna noticia, como la tuya
de aquel jueves, se cruza en mi camino se me cargan las pilas y el
“Pepito Grillo” que llevo dentro se pone a cantar alegremente. Y
pienso que más allá de los catorce “ochomiles” y los records de
ascensión están tus obras, verdades con renglones torcidos que vas
acaudalando en la vida, como los buenos amigos. Y sé Jorge, que esto
a ti también es lo que verdaderamente te importa. Porque, aunque
algunos crean que calzarse una corbata, perpetrado tras un traje de
Adorfo Do-Mingues o Pierre Cardín, es lo que “mola” - ni te digo
ya, si pilotas un “yaguar” o un “hayga”, móvil de última
generación en mano-, la esencia del Ser Humano es, sin duda, la
razón que dan las grandes obras. Y ahí queda eso, “pa quién-y
pueda interesar” o en su defecto “prestar”
Heri
Gutiérrez García
El gran Jorge en dos aspectos de su vida.