Iguazú: Patrimonio de la Humanidad

lunes, 18 de diciembre de 2017

Nuevos salarios y pensiones en 2018

LA NECESIDAD DEL DEFINITIVO SALTO ADELANTE


Queramos o no, Asturias y Cataluña comparten dos ritmos de vida similares, para lo bueno y lo malo. No hace falta más que revisar la Historia reciente, y no tanto, de ambos territorios, que para unos son Comunidades Autonómicas y para otros naciones con identidad, cultura y raíces propias. Pero alejándonos de extremismos idealistas o nacionalistas, nos encontramos con dos modelos de crecimiento que con el tiempo se vieron insostenibles y desequilibrados basados ambos en un solo sector. La minería en Asturies y el textil en Catalonia, sirvieron de base, sostén y cimientos para la recreación de vida económica en dos de los nodos de crecimiento más importantes de aquéllos tan amados e idolatrados por la autarquía franquista. Pero, pese al paralelismo, y para nuestra desgracia, los inicios, como se verá luego, no fueron tan similares. No obstante, quizás por ese principio de intervención nacional de la dictadura, la conclusión fue solidaria para ambos entornos y barrunto que para el resto del país.

Mucho antes de la era de los pantanos, a finales del siglo XIX, mientras que en tierras del “Consejo de ciento” y sus alrededores había una burguesía, la catalana, que ponía pasta y estaba motivada para crecer dentro de Europa, en nuestra tierra verde y negra se empezaba a extraer carbón con capital foráneo, situación que impedía que los ritmos de crecimiento fueran ciertamente estables porque las plusvalías no echaban raíces en el mismo lecho dónde nacían sino que huían a ultramar. Aquí quedaban sueldos ralos, hambre por arrobas y pobreza en exceso. Así mientras que Catañuña recreaba una forma de crecer propia, a todas luces exitosa, por entonces, Asturias era esquilmada en su alma y cuerpo, al mismo ritmo que las paladas de carbón salían de sus entrañas por las muchas bocaminas que la desangraban. Pero, al fin y a la postre, este modo y uso de vida, aunque mezquino y generador de una deuda intergeneracional difícil de saldar, se convierte en propio como la sangre que corre por nuestras venas y tan reivindicable como el catalán para su tierra. Así, con el paso del tiempo, esos sistemas productivos autóctonos se tatúan en nuestra piel y Astures y Catalanes, poco a poco, sin prisa pero también sin pausa, nos empezamos a mirar hacia el ombligo no solo por orgullo si no porque, en el fondo y tristemente, teníamos miedo a lo que venía de fuera, terror atávico trasmutado en odio a lo que opinaban de nosotros en tierras donde se recrearon modos productivos distintos al de nuestras “aldeas galas” o en otros en los que, si originariamente habían sido similares, se modularon tiempo ha por lo que en Europa se estaba respirando. Nuevos aires de cambio, que para Asturias significaron vientos de destrucción de empresas, empleos y de futuro. Fuego lento que quemó las esperanzas, agua que no sació la sed, sino que ahogó. Y así, cuando Terry Ronald cantaba para “Calmar la Ira”, en los ochenta, nos íbamos a la mierda. Sin que nadie hiciera nada por evitarlo. “Azúcar amargo”, ángel y diablo que cantaba la atractiva mexicana Fey por la misma época que nos envenenaba a todos.

Consecutivos gobiernos de políticos malos y presuntamente corruptos, hacen de los ciudadanos que los votamos víctimas propiciatorias del desánimo, descrédito y pérdida de valores sociales, económicos y humanos. Cuando se plasmó evidente que el futuro del “futuro autóctono” ya no era posible, porque la U.E. y sus Instituciones, casi inquisiciones, así lo certificaban, los líderes de pies de barro antes mentados se parapetaron tras las barricadas de su codicia, sin mirar hacia su derredor, haciendo apología del egoísmo, más allá de lo que nunca pensaron; porque si su poltrona peligraba lo siguiente podía suponer dar con sus huesos en la trena. Algo, esto de la trena, que para todos ellos era peor que ser paseado con orejeras a lo largo de la vía pública, como reos de la Inquisición. Precisamente porque ellos había sido esa mismo inquisición y ejercido como tal contra quienes no bailaban su balada macabra y pisaban los cráneos de sus congéneres por doquier. ¿Quién se podía mover si quería salir en la foto…?

Toda esa dinámica yerma de sentido, aquella dialéctica del terror fue el estigma que impidió que los pocos buenos que había, acá y acullá, plantaran cara a los sinvergüenzas que durante años flotaron como la mierda sobre aguas tranquilas. Hoy, después de reconversiones, “macagunmimanto” varios, procesos y “Procés”, con la cola del ciento cincuenta y cinco, soterramientos interminables, hospitales que se derrumban, políticos presos – que no presos políticos - que salen del talego tras rogar un digo donde primero gritaron Diego versión naíf, no tan esperpéntica, como la de los que optaron por poner pies en la polvorosa Bruselas. Después de todo eso y más que me callo, nos encontramos navegando en un proceloso mar de dialécticas neocon, en un carcomido cascarón de nuez, sin velas ni un mísero motor que nos acerque a la costa. Todo porque desde la generación de los abuelos hemos tragado con roscas de molino y jamás se ha intentado buscar un modelo de desarrollo sostenible. El cuadro de Asturias y nuestras cuencas se dibuja dantesco, como propio de los blaquinegros de Goya, igualmente tenebroso y se pinta con una pasta que mezcla altas tasas de paro, terrenos desindustrializados, en su mayor parte infectos de alcaloides, lodos químicos casi hasta en el aire y un ambiente irrespirable, en lo físico y lo social. Así que los jóvenes, formados o no, tienen que emigrar como sus abuelos. Lo mismo que en Cataluña y todo porque, en parte, gracias a nuestros políticos la zozobra se ha hecho moneda de cambio en un marco donde los valores sociales, la solidaridad y el respeto ya no existen y donde el “tanto tienes tanto vales” se canta desde el amanecer hasta el final de la noche de los tiempos. Y dios te libre de que ni tengas ni valgas, porque si es así, estás...

Y no es que se pida una nueva revolución de Ochobre del 34, por cierto también obrada en Cataluña, pero si que se debe exigir un cambio de ritmo que acelere el paso para no meter la pata en el foso y caer rompiéndonos la crisma, otra vez más.

Heri Gutiérrez García