Dicen
algunos que las Instituciones son más importantes que las personas,
olvidando que precisamente éstas las imaginan, dan vida y hacen
crecer sin importarles la fecha de caducidad que es real para todos.
Este domingo 19 de julio pretendía homenajeár en el teatro de El Entrego o L’Entregu,
como prefiráis, a la Librería Sol, por su medio siglo de
existencia. Desgraciadamente los rebrotes por la pandemia del CoVid obligan a que las normas se endurezcan y sea necesario postergar la ceremonia para mejor momento. Es de justicia reconocer que esta columna puede estar
influenciada por la proximidad y el cariño de mi familia con las
personas que se citan en ella.
En
julio de 1970, Mari Sol y Yoli, tanto monta, monta tanto, fundaron la
Librería Sol en un bajo enfrente del jardinillo de El Entrego. Pero
quedarse en esto es no hacer justicia a su gran obra y el legado que todos
recibimos. Para los que no lo recuerden, aquellos eran tiempos en que
una mujer no podía ejercer socialmente y algún varón de su estirpe
familiar era quien debía firmar contratos, actas y documentos
oficiales. Por ello, Yoli y Mari Sol fueron trasgresoras a la “ley
fálica” del franquismo; el mismo que había ejercido represión
atroz sobre las mujeres a lo largo de décadas de dictadura en tierra
de mineros y antes de “fugaos”. En un periodo, además,
conflictivo con huelgas obreras y dónde las Juventudes Obreras
Católicas se habían ganado el honor de ser portada en la cadena de televisión BBC británica por su
oposición al régimen, ante el silencio de los medios patrios y la
persecución de los servicios de inteligencia del Ministro de
Información y Turismo Manuel Fraga, cesado el año anterior, poco
después de haber hecho oficial el enésimo estado de excepción que
desembocaría en el Proceso de Burgos de 1970. Un tardofranquismo muy
convulso social y políticamente, quizás por los aires que soplaban
desde mayo del 1968 en Francia, por ejemplo, que acentuó la censura
contra todo lo que no formaba parte de la historia única, común a
cualquier dictadura. Los más jóvenes se harán mil cruces cuando
sepan que miembros de las fuerzas vivas del momento, es decir, de la
falange sitiaron la Iglesia del pueblo repetidas veces pidiendo algo
más que el cese de los curas por su apoyo a los mineros en las
huelgas.
Ante
y contra todo, dos mujeres, una de Sama de Llangreu y otra de
L’Entregu, dieron un paso al frente cuando el escenario aconsejaba no sacar
los pies del tiesto precisamente. La Librería Sol asomaba en el
canicular mes de julio de 1970 con un gran compromiso social,
vinculada a la Asociación Cultural La Amistad, promoviendo la
Cultura para todos y haciendo posible el acceso a libros
prohibidos, censurados y malditos por el régimen. Recuerdo, siendo
yo un niño, una conversación en la que estaban enfrascados las
libreras, mi padre, Heriberto, Pipo y una mujer mayor quien negaba, a
la mayor, la existencia de censura alguna ya que ella había leído
todo lo que había querido. Al irse, alguien dijo “como no iba a
leer, si ella era parte del equipo censor” y yo me atrevo a
completar aquella frase, muchos años después, diciendo: encargado
de capar la verdad de los libros. Imaginaos la maldad del censor, que
incluso en la actualidad se aconseja leer ciertos libros en la lengua
materna porque las nuevas ediciones españolas sufren los destrozos
de la tijera durante cuarenta años y se reedita sobre lo ya
masacrado.
En
el siglo pasado, idearon lo que en la actualidad algunos creen que es
la piedra filosofal de la financiación de proyectos sin acudir a la
usura de la banca. Sí, eso que estáis pensando, el crowdfunding,
que dicho en el idioma de Shakespeare queda muy “chick” pero no
es más que la cesión de fondos por amigos para una causa en la
lengua de Cervantes. Así muchos entreguinos y foráneos ayudaban a
que aquellos libros proscritos de Marx, Engels, Hume, Descartes…
pudiesen ser accesibles a todos los estudiantes y lectores en
general. Claro, esa recopilación de Literatura universal atraía
también a parejas de hecho vestidas de verde que asomaban su
tricornio a las vitrinas de la librería buscando rojos, masones y
anarquistas e incluso requisaban los libros bajo el brazo de los
estudiantes de paseo por el Parque de la Laguna.
Otro
episodio que no se debe olvidar es la participación de la
Institución en la creación de la asociación de parados ADEPAVAN
siendo miembros fundadores, recogiendo la aportación solidaria de
día de sueldo al mes de quienes creyeron nuevamente en su obra
social y solidaria. Además, como el nuevo gerente de la Librería,
Feliz Xabel Vázquez, por aquellas miembro de la asociación, me
decía recientemente, permitieron que se abriese una cuenta que se
saldaba, como se podía, cada mes. Precisamente Felix y Rosi recogían
el relevo cuando Yoli y Mari Sol se jubilaron en diciembre de 1996 y
él mantiene viva la llama cincuenta años después, ya en solitario,
desde 2004. Reconoce que estas mujeres tuvieron “valentía,
implicación social, humanismo y amor a los libros” e incluso aún
le llegan clientes que preguntan cariñosamente por ellas.
Ya
para terminar, decir que esta columna nunca podrá hacer justicia a
todo lo que Mari Sol y Yoli significaron por y para la vida social y
cultural de un pueblo, mucho más allá de la venta de libros y
libretas pero también traspasando los límites geográficos y de la
razón, o sinrazón, del franquismo al que hicieron frente. Su cariño
en el trato diario, la empatía que tanto escasea en nuestros días;
en fin lo que fue, es y será la Librería Sol.
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