Cuándo
un humilde y simple profesor como el que emborrona esta columna
intenta llevar la contraria y criticar abiertamente, aunque de manera
constructiva, una Ley de Enseñanza, como la LOMCE, debe hacerlo
sofitándose sobre las bases más sólidas que encuentre, cual
enormes flotadores, ya que de no hacerlo así podría verse engullido
por las turbulentas aguas del proceloso mar resabiadas por el
tridente del dios Neptuno, a modo del Ministro Sr. Wert. En mi caso
la comanda y provisión de estabilizadores surge del mundo de la
Antropología. Pero antes de considerar aspectos sobre la política
educativa patria es obligado hacer hincapié que tanto ésta como la
materia que regula, la educación, con ser importantes solo
constituyen una parte de la Cultura. Ésta interesa ser
conceptualizada en sentido antropológico y, aunque es difícil
empresa intentar llegar a una definición capaz de congregar todos
los campos que abarca, podríamos describirla, siguiendo a E.R. Tylor
como “esa
totalidad compleja que incluye conocimiento, creencias, arte,
derecho, costumbres y cualesquiera otras actitudes o hábitos
adquiridos por el ser humano como miembro de la sociedad”. Y así
los
grupos humanos
serían sistemas socioculturales,
en virtud de relativismo cultural, igualmente válidos, respetables,
defendibles y por ende, como
la diversidad génica permite a los seres vivos evolucionar y
adaptarse, las diferentes culturas humanas dotan a nuestra especie de
la capacidad para adaptarnos a entornos ecológicos dispares con
estructuras eficaces para proveer de recursos a sus todos sus
miembros, a
partir de
una ideología y valores propios que deben siempre y
en todo caso facilitar
todo este proceso. De esta guisa, ningún pueblo ha
de
considerar su cultura superior a la de los demás, por que de ser así
podrían obrarse discriminaciones sobre grupos étnicos, que no lo
son por tener características físicas distintas sino por poseer
variedades culturales dispares, o a delitos de lesa humanidad como
los que saboreamos con repugnancia en algunos rincones del mundo.
A
cualquier profano en la materia, no ultraortodoxo, le resultara
sencillo comprender que el uso de instrumentos discriminatorios
sobre “lo otros” - los distintos - , rompiendo el principio de
alteridad, lleva a que éstos se sitúen en niveles de inferioridad
simbólica a la vez que real y que es necesario dar un giro
interpretativo para comprender las diversas instituciones de los
pueblos, su origen y funcionamiento. Vamos lo que viene a ser no
entrar como un elefante en una cacharrería.
En
fin, como no se trata de hacer un tratado sobre Antropología
Cultural, sino de proveerme de flotadores para la tempestad y los que
me conocen saben que, desde parvulito, nado como Ian Thorpe,
Alexander Popov o Michael Phelps vayamos a la batalla, a pecho
descubierto y con la verdad en una mano y el corazón en la otra,
como los trescientos espartanos de Leónidas. Inicialmente la LOMCE,
como cualquier política estatal, basa su jerarquía en el poder
colegiado de quienes la promulgan y mi primer recelo surge al no
saber cuántos de ellos han cogido una tiza y se han manchado con
ella; el Sr. Ministro impartió cuatro años Teoría de la
Comunicación en la Facultad de Ciencias de la Información de la
Universidad Complutense algo que, si
no posee mayor experiencia,
se me antoja corto recorrido. Además, y derivado del postulado
anterior, nunca una Norma puede estar por encima de la Cultura de una
nación ni contradecirla porque dañaría los Principios
Constitucionales y pondrá en cuestión nuestra Democracia.
Si
entramos en harina, hay ciertos aspectos, considerados negativos por
todos los colectivos de colegas de la enseñanza, que el Sr. Ministro
parece obviar y yo pretendo citar aquí; a saber:
Promover
o subvencionar a los centros que diferencien la educación por
géneros solo lleva a segregar y marcar fronteras dónde no las hay,
porque lo que importa es el concepto de Ser Humano y no las
categorías masculino o femenino, si no queremos seguir sumando más
de medio centenar de víctimas de la violencia de género en este
país.
Las
evaluaciones externas, para alumnos en la ESO, no estarían mal si
sirvieran para potenciar y no para aparcar en vías muertas a los que
no las superen. Claro pero establecer medidas complementarias a la
linea central conllevaría gastos que no gustan a los adoradores de
la Troika.
La
rebaja a tres años de los grados universitarios, bajo la falsa
propuesta de abaratar los costes de educación familiar es una
tremenda patraña. Quién se quede en ese nivel verá reducidas las
posibilidades para desarrollar su profesión. Dos años de máster
obligatorio, se ofrecen pero tampoco garantizan nada en un mercado de
trabajo asaz castigado y desprotegido. ¿Sabéis que en España los
precios de un Máster son varias veces superior al grado? Y ¿ qué
los nuestros son mucho más caros que los de otros países de la
U.E.? No os preocupad; el Sr. Wert tampoco debe saberlo.
Y
para qué seguir, solo indicar que si una de las patas que sustenta
la competitividad de una nación, la Educación, se corroe nos
convertiremos, si ya no lo somos, en un país con mano de obra
barata, fácil de manipular y que solo vendería productos y recursos
a bajo coste obligándose a comprar elementos procesados a uno
mayor. Condenados a regalar nuestro patrimonio, lo que algunos llaman
inversiones extranjeras, a precio de saldo por los siglos de los
siglos...
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